LA CONVERSIÓN DE LA MADRE
MARIPOSA EN MADRE LIBÉLULA
Durante mucho tiempo nosotras
hemos dicho que éramos madres mariposa, aquellas que han mutado todo su ser
desde el crisol del dolor mas inmenso que puede pasar alguien, la muerte de su
bebé amado.
El dolor, el abismo ante la
desaparición de lo que más querías, el tabú de esta absurda sociedad, la
indiferencia, el rechazo. Todo, todo eso nos moldea a fuego del cual o sales
destruida o fortalecida hasta un extremo que jamás podrías haber imaginado.
Mirando hacia atrás, después de
todos estos años en los cuales aún espero a mi bebé, puedo observar cuanto
despropósito, cuanto cretino suelto.
Ahora sin acritud, sin rencor y
sin dolor, puedo recordar muchos de ellos.
Tú, la que no sabía escribir,
que me dijiste que no querías ser como yo. No sabes que es cierto, te queda
mucho para ser como yo, no me llegas ni al talón.
Tú, hermana biológica, que me
dijiste que era mejor que se hubiera muerto para como estaba mi bebé.
Tú, ginecóloga irresponsable, que no te distes
cuenta pese a todo lo que te dije, de que se estaba muriendo, hasta que ya fue
demasiado tarde.
Tú, suegra, a mi pesar, que
bramaste en mitad de mi casa que mi hija viva era una mal criada porque no
tenía otra hermana.
Tú, suegro, que me aconsejaste
que no tuviese más hijos porque ya se sabía lo que pasaba.
Tú, psicólogo que me aconsejaste
sin tener ni idea de duelo y diciéndome con cara burlona que no entendía porque
estaba tan triste si solo era un feto.
Ustedes, matronas, que sin
ninguna delicadeza hablaban delante mío como si no tuviese oídos.
Usted, ecografista, que
comentaste con tu equipo que el feto estaba peri mortem, sin mirarme a la cara
y sin decírmelo primero a mi, que soy su madre.
Usted, señor diputado, que le
importa un bledo si puedo o no puedo inscribir a mi hijo dignamente en el
Registro Civil, o si sus restos son tratados como un desecho hospitalario.
Y tú, mi amigo de toda la vida,
que te hiciste la foto conmigo mientras estaba en el hospital, para que todo el
mundo viese en Facebook que bueno eras. Y que después no te dignaste durante días
y días en cogerme el teléfono, cuando estaba sola y muerta de dolor y terror.
Tú, prima, que no te cortaste un
pelo al decirme que a ti no te iba a pasar lo que a mí, porque tú eras joven.
Qué susto te pegaste cuando tuvieron que adelantarte el parto por exceso de
líquido amniótico. Eso no me lo contaste, porque claro, los niños se me mueren
a mí, no a ti.
Tú, que te lucraste a mis
costillas aprovechándote de mi dolor y mi duelo
Y ustedes que os hacéis llamar
doulas, y os quedáis mudas cuando hablo de duelo, os falta el valor que yo
tengo.
Si! tú, usted, ustedes, yo los acuso, de habernos causado un
dolor innecesario. De habernos hecho transitar un desierto que no era el
nuestro.
Yo reclamo que al igual que se
lucha por un parto respetado, es imprescindible que todos clamemos por un DUELO
RESPETADO, donde una madre, una familia,
pueda lamer sus heridas sin sentirse injuriados, que puedan dignificar a su
hijo inscribiéndolo legalmente como miembro de su
familia, y que nadie, nadie se atreva nunca a faltarle el respeto a ese bebé
amado, insinuando que no es un ser humano.
Después de todo este camino de
dolor, despropósito, falta de respeto y ensañamiento, he de decir que algunas
flores he podido ver, personas buenas que nos han servido de sostén y que nos
han dado agua cuando no podíamos más en este Vía Crucis.
Al final de todo el camino, la
madre mariposa emerge, como un ser nuevo. Pero tanta ignominia le hace alzar el
puño y dirigirse en una dirección, LA DE LA DIGNIFICACIÓN DE SU HIJO.
Las mariposas tienen un vuelo
errático y torpe, pero la libélula vuela con fuerza en una sola dirección,
sabiendo lo que quiere y hacia donde se dirige.
Una madre mariposa puede no
convertirse nunca en madre libélula, pero si lo hace, será consecuencia de todo
ese camino de apaleamiento, que debió haber sido de amor, comprensión y
empatía.
Hemos emergido las madres
libélula y esta vez para cambiar las cosas, cambiar el mundo y dignificar a
nuestras crías muertas.
No cejaremos en el empeño porque
no tenemos otra cosa que hacer por ellos, porque no podemos cambiarles los
pañales ni limpiarles los mocos. Es por eso que gastamos este tiempo en ellos.
Porque vivimos nuestra maternidad desde la muerte.
Porque no daremos ni un paso
atrás hasta el día que nos reunamos con ellos y entonces les diremos:
“Mira hijo, tu madre hizo todo
esto por ti porque te amaba y te ama profundamente”.
Comienza la lucha, comienza
madres libélulas.
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